Las bodegas manchegas son pioneras en la elaboración de vinos ecológicos.
Castilla-La Mancha lidera la viticultura ecológica en nuestro país, como primera potencia del mundo en vino ecológico con un “futuro esperanzador”. Fueron algunas de las primeras conclusiones extraídas en el II foro de vino ecológico celebrado hace poco tiempo en Tomelloso (CR) en el Centro de Investigación de la Vid y el Vino de Castilla-La Mancha.
Las cifras lo reflejan por sí solas con cerca de 450.000 hectáreas de superficie agrícola ecológica, de las cuales 63.000 hectáreas están dedicadas al viñedo, con 7.000 agricultores con parcelas ecológicas.
Un evento que subrayó las claves determinantes de crecimiento para el sector vitivinícola donde la propia Denominación de Origen, por su propia naturaleza y circunstancias podría convertirse en un referente mundial como zona de producción ecológica de primer orden en suelo europeo.
Por qué destaca el potencial de La Mancha
Durante siglos, la vid ha sido un cultivo social ligado a la historia y tradiciones más arraigadas de la propia sociedad manchega. Como atestiguan el paso de las primeras civilizaciones, con el legado romano y posterior desarrollo de la Edad Media, la viticultura se convirtió en una importante seña de identidad del pasado manchego. Con el Siglo de Oro, como reflejaron ya sus escritores, con obras insignes como El Quijote, los vinos de La Mancha gozaron de una gran popularidad y demanda en los entornos de la Corte y capital madrileña.
Esa tradición y posterior despegue industrial durante el pasado siglo XIX fueron en parte reflejo de las propias condiciones de La Mancha, ideales para el cultivo de la vid. Por extensión, la llanura manchega comprende un vasto territorio en altiplano, sin grandes desniveles, con una altitud media superior a los 700 metros sobre el nivel del mar. Su ubicación en el centro peninsular, alejada del mar, y encajada entre sistemas montañosos de diversa inclinación (sistema ibérico en el este, sistema central en noroeste y sistema bético en la zona sureste) condiciona la entrada de frentes húmedos, especialmente atlánticos, reduciendo la pluviometría a niveles muy escasos, por debajo de los 400 mm anuales de media. Además, los cuatro meses estivales (de junio a septiembre) se caracterizan por una marcada aridez, este año si cabe más intensa.
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Hablamos, por tanto, de un clima mediterráneo de interior fuertemente continentalizado con rasgos térmicos y un nivel de precipitaciones que en ocasiones lo acercan a rasgos esteparios. Los inviernos en La Mancha son rudos y extremos con mínimas que pueden alcanzar los -15˚ en los meses más gélidos. Unas temperaturas que contrastan con los veranos muy duros que alcanzan máximas de 45 grados en plena canícula.
Todo ello define las condiciones naturales más óptimas para el cultivo de la vid, donde la presencia de suelos calizos permite obtener vinos (especialmente tintos) de gran estructura, cuerpo y graduación alcohólica, óptimos para el consumo como vinos jóvenes, de gran potencial aromático o posterior crianza en madera.
Con más de 3.000 horas de sol anuales, la primavera en La Mancha es transitoria y breve, y aunque comprende periodos de mayor pluviometría, permite un contexto idóneo para el desarrollo de los ciclos biológicos de la vid, sin apenas plagas fúngicas en momentos fenológicos clave como la brotación, la floración y posterior cernido del fruto. Son, por añadidura, unas condiciones con mínima intervención humana, y estado sanitario para el fruto, fundamentales en el decálogo de la propia viticultura ecológica. Los tratamientos son, por lo general, muy escasos o nulos, lo que les da una situación de ventaja para la producción de uvas ecológicas con respecto a zonas más septentrionales en las que llueve mucho más y hay necesidad de tratar para evitar enfermedades.