El boletín fitosanitario informa sobre estrategias de control para plagas en el viñedo.
Dice el refrán que «nunca llueve a gusto de todos», pero lo cierto es que la lluvia -casi- siempre es bienvenida en el campo. El agua es vida, y los cultivos la necesitan para brotar con fuerza y teñirse de ese verde que tanto esperamos. En las últimas semanas, gran parte de Castilla-La Mancha ha recibido lluvias que auguran una brotación prometedora en los viñedos. Para la vid, esta agua es esencial: le aporta la energía necesaria para desarrollar una estructura vigorosa y saludable.
Pero si todo esto suena bien sobre el papel, la realidad puede ser muy diferente. El clima es caprichoso, y lo que empieza pareciendo una campaña excelente puede torcerse si las condiciones no acompañan. Porque la lluvia no viene sóla: trae consigo humedad, y si esta se combina con ciertas temperaturas en el momento menos oportuno, puede dar lugar a la aparición de enfermedades que ponen en jaque al viñedo y preocupan —y mucho— al viticultor.
Esta semana, la Estación Regional de Avisos Agrarios ha lanzado un comunicado informando a los viticultores de las posibles enfermedades que entran en juego a partir de estos momentos en el viñedo y a las que deben prestar especial atención. Hablamos del OIDIO (Erysiphe necator), la POLILLA DEL RACIMO (Lobesia botrana) y el MILDIU (plasmopara viticola).
Riesgo de enfermedad del viñedo
Según el comunicado, en las dos últimas semanas se ha iniciado el vuelo de la primera generación de la conocida como polilla del racimo en algunos puntos de la región. Aunque generalmente no es necesario el tratamiento en esta primera generación a no ser que las parcelas tengan antecedentes graves de daños por este lepidóptero en las últimas campañas, se recomienda estar pendiente en las parcelas para, en caso necesario, determinar el momento adecuado de tratamiento y poder controlar esta plaga, seguir la evolución del vuelo de adultos de cada generación, así como ver la evolución de las puestas y la eclosión de los huevos.
La aparición de la polilla del racimo de la vid, también conocida como Lobesia botrana, se debe a la combinación de varios factores. La polilla del racimo se desarrolla de forma óptima con temperaturas superiores a 20ºC y cuando la humedad relativa está comprendida entre el 40% y 70%. La supervivencia del huevo se limita cuando las temperaturas oscilan entre 12ºC y 14 °C, o superiores a los 30 °C.
En cuanto a la aparición de oídio, el boletín de avisos recuerda que es una enfermedad endémica de Castilla-La Mancha, siendo el periodo comprendido entre el inicio de la floración y el cerramiento del racimo el más sensible, por lo que recomiendan vigilar y mantener protegida, si existe riesgo, la plantación durante este tiempo. La temperatura, humedad e iluminación son condicionantes para su desarrollo. El factor que más influye es la temperatura, a partir de 15ºC comienza a ser favorable y entre 25-28ºC estaría su óptimo de desarrollo, se debe tener en cuenta que por encima de 35ºC se puede detener su evolución y, con más de 40ºC puede ser letal. Las lluvias también influyen, lluvias fuertes pueden inhibirlo.
Este hongo pasa el invierno en las yemas y también en los sarmientos, hojas y corteza. Para los expertos, la estrategia para su control se basa en la prevención.
Y es que el oídio puede atacar todos los órganos verdes de la vid, en racimos se paraliza el crecimiento del hollejo haciendo que los granos se rajen y estas heridas sean vía de entrada para otras enfermedades fungidas del viñedo que pueden provocar podredumbres e incidir en la calidad de la cosecha. En Castilla-La Mancha hay variedades de uva muy sensibles a esta enfermedad como cencibel o tempranillo, cabernet sauvignon, garnacha, merlot, macabeo o chardonnay, entre otras.
Por último, en cuanto al mildiu, este hongo ataca a todos los órganos verdes de la vid, sobre todo, al principio del ciclo. Su desarrollo y propagación dependen de la pluviometría y la temperatura. En nuestra región los años con primaveras lluviosas y temperaturas superiores a 12 ºC y 1-2 días de lluvia consecutivos de al menos 10 mm, pueden hacer que las oosporas germinen, iniciándose así el periodo de incubación de la contaminación primaria.
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